Cuando volví a mi ciudad natal, me sentí extraño. Las casas
se habían convertido en locales de venta; para transportarse dentro de la ciudad
se habían habilitado combis colectivas. Varias
cosas se habían transformado.
Encontrarle el gusto a los lugares que fueron espacio de ilusiones
y alegrías, es triste. Cuanto desengaño el comprobar que no es el lugar, es la
locura juvenil que se ha quedado en el recuerdo.
Al regresar con la máscara y el compromiso de ser hombre
respetable, honorable y formal, olvidé algunas cosas, entre ellas algunas
amistades.
Mi ausencia no había sido prolongada, pero bien decía mi
madre, la vida pasa en tres pestañeos. Un día abres los ojos y se te han pasado
30 años.
Había más personas, algunos extranjeros, había por todos, lados gimnasios, salones de zumba, templos de
adoración religiosa y bares muchos bares.
Un muchacho rubio, musculoso, tatuado y de barba prominente se
paseaba con camisetas negras con leyendas de rock. Algunas veces lo veía venir
enfrente de mí, y yo me cambiaba de acera. Éramos tan opuestos.
Algunas veces lo saludaba con un ligero movimiento de cabeza,
o un saludo distante. Mesurado en su andar, contrastaba con su apariencia pendenciera.
En un festival de fisicoculturistas durante la feria tradicional
del pueblo, hubo una exhibición de atletas que evidenciaban su fuerza física,
ahí aquel barbado, tatuado y musculoso, dio el espectáculo junto con otros.
Sucede que si te
encuentra varias veces en la calle a alguien si son conocidos, ya en tono de
burla se paran y se dicen “lo bueno es que no somos enemigos, si no cada rato
nos estuviésemos agarrando a golpes”. Y, me lo encontraba seguido, pero no era
mi enemigo, tampoco mi amigo.
Muchos días después, mientras hacía un reportaje de la
prevención de la salud para un canal informativo, lo vi con su traje de
paramédico, me acerqué, micrófono y cámara en mano y le hice tres preguntas. Cuando
concluí, ya en tono personal, le dije:
-
¿De dónde eres tú?
Con una mirada trasparente y honesta me dijo, “si tu y, yo somos amigos”. Dudé
que estuviera confundiéndome o jugándome una broma. ¿Dónde nos conocimos?,
Pregunté. Respondió entusiasmado, ¿No te acuerdas que llegabas a jugar conmigo
Mario Bros, después de la escuela?, inmediatamente me acordé que no solo
después de la escuela, si no que, a toda hora, quería estar jugando ese juego
con él, en aquellos días de secundaria.
Me dio una alegría fenomenal, recordar aquellos días
infantiles de juego y reconocerlo.
Abrazándolo al instante le dije: Rafita, cuanto pinche gusto.
-
Creí que las drogas te habían hecho mucho daño.
No había otra razón para que me ignoraras siempre. - Respondió.
No supe que decir, la felicidad me lo impidió.
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