Una sensación punzante me sobresaltó, este lunes por la madrugada cuando desperté en el camión que viajé 5 horas, dormido sobre mi clavícula, mi cabeza inclinada en forma de jaque mate.
El despertar ocurrió justo cuando el autobús pasaba por la
ciudad donde debía bajar, y que yo debido a mi tristeza en el sueño soñado,
ansiaba darle solución y remedio, volviendo a soñarlo.
Con los ojos semiabiertos vi la hora el reloj y comprobé que
era mi ciudad, si no bajaba, la próxima parada sería 30 kilómetros, después. Aprisa solicité mi descenso. El conductor
contestó algo que no atendí, pero que agradecí, fuera lo que fuera.
Complacido saboreé que solo fue un sueño.
El jueves pasado, antes de mi viaje mi guapa, me visitó en
la alcoba, pero estaba indispuesto a causa de un resfrío, quedamos de intentar
el encuentro en cuanto me repusiera.
A causa de un imprevisto menor, me ausenté de casa por tres
días. Aunque diariamente mi guapa me reseñó vía telefónica las vicisitudes del
cuidado del hogar.
En el sueño mi guapa, se había entrevistado con cierto
general de caballería, hombre atlético, alto, joven. Los hallé de pie con los
dedos entrelazados sobre el toldo de un vehículo, como en las películas, la
situación era hermosa, ella de largos rizos, (cabello castaño en mi sueño)
vestido plateado largo de cuello V. Ambos sonrientes advirtieron mi llegada y
lo tomaron tan casual, que sentí raro que no se perturbaran.
Yo estaba alterado, con palabras enfáticas le recriminé el asunto, ella no dejo de sonreír, y me hizo saber “es lo que ves”. Cuando se vino conmigo reparé en la amplia sonrisa de triunfador de mi rival.
Mi conmoción era la templanza de ella, la frialdad, la falta
de empatía a mi sentimiento, mi desengaño, o sea, lo esperado, era el
arrepentimiento, la disculpa, la explicación, el argumento donde intentaría
excusarse de la falta a la fidelidad y nuestro compromiso matrimonial. Eso.
¿Qué me llevó a soñar tal suceso? Medité.
Diseccionando mis pensamientos, en busca de conexiones en la
realidad, encontré que el domingo sostuve una charla telefónica con Salomé,
amiga de todas mis confianzas, en las que me hizo saber que era asediada y
seducida por un conquistador, supuesto amigo de su esposo. Rememoró diálogos
con detalle, en las que veía la vulnerabilidad de ella, aunque remató: “yo solo
estoy jugando”.
Recordé que en un tiempo lejano sostuve una relación fugaz. Gisell
me contaba el cortejo que tenían otros cuando me separaba de su lado. La forma
en que me la contaba era desvergonzada, las pretensiones eróticas eran además
de explicitas, veloces. “¿Para qué me
dejas sola?” Me decía, y yo pensaba, esa no es la respuesta.
El sueño me estresó.