martes, mayo 06, 2025

Yo no espero diciembre para estar triste, lo estoy todo el año.

Yo no espero diciembre para estar triste, lo estoy todo el año.

 

Cuando el fin de año aparece, se extraen como de un baúl sin fondo, esas vivencias de alegría y dolor se van recontando, algunas veces se exhibe y otra queda en el análisis personal.

 

Se espera de diciembre esa retahíla de buenos deseos expresados en mensajes de lectura veloz y escritura veloz, porque ahora existe la inteligencia artificial que con sus múltiples asistentes automatizados escriben por ti, para ti, piensan y actúan por ti.

 

El mundo se enternece, no porque signifique el nacimiento del Cristo, sino porque es la tendencia.

 

Los que como yo tenemos la misma actitud, se nos categoriza entre desabridos, silenciosos, anormales.

 

El alboroto cuando viene de ti, de forma espontánea es digno de celebrar. Es la felicidad producto de tus transmisiones neuronales y no de la parafernalia industrial que te induce, a sentir, pensar y actuar.

 

Yo tengo siempre música de fondo en mi cerebro, y no es reggaetón, ni villancicos, no es el rock, ni cumbia, no es pop ni electrónica, es jazz, el elegante jazz. Ando por la vida como en mi propia película de los 40, en blanco y negro y su amplia gama de grises.

 

Alguien dijo “prefiero la tristeza a la felicidad, porque me dura más”.

 

Es que por todos los medios nos estimulan a estar positivos, entusiastas, a perseguir la zanahoria atada con un alambre a nuestras cabezas, y nosotros damos vuelta a la noria que está produciendo dividendos, ganancias.

 

Flexible pero terco en el estoicismo.

Nada de disparos de luz, nada de estertores.

Matizo y disfrazo según convenga el capital interior.  

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