Ignoro el primer día que probé el café.
Mi madre decidió que tomásemos solo descafeinado, según porque
a su papá le alteró los nervios, a ella también y no fuese a ser que a sus hijos
también, por eso más le valía tomar las precauciones.
Mi abuelo el otro, seguía tomando café dulce y caliente, a veces
a la orilla del fogón; su taza era especial, pues la habían comprado en la
tradicional feria comercial del pueblo, grande y de cerámica dibujada artesanalmente,
aunque tampoco era café real, ya no tomaba también le habían dicho que mesurara
su consumo para que pudiese dormir bien.
Mi papá si tomaba café y cuando iba yo a visitarlo a su
trabajo, había un termo de buen tamaño en donde él se servía y convidaba a
invitados muy selectos, cuando íbamos a los restaurantes siempre adelantaba “quiero
un café pero que sea de mata”, los meseros siempre ponían la cara de este provinciano
y sus feos modos, pues en muchísimas partes aun siendo ciudades cafetícolas se consume
el café soluble industrial.
Y esperaba un día probarlo, no obstante, había de pasar
varios años, pues los niños no toman café. Ocurrió un día que fui
a Tuxtla a continuar mis estudios universitarios.
Entre los primeros lujos de la pseudoindependencia, fue ir a
tomar un café al restaurante imperial enfrente del parque central, y de ahí
terminé comprando mi propia cafetera para tomar las tazas necesarias, siempre
con música ya sea imaginaria o real.
Un buen compañero en mis ratos de ocio ha sido el café, la música
y por supuesto los libros. No es cliché, pero concibo ingrediente fundamental
de mi felicidad tener eso.
A partir de eso fui conociendo adictos con similares
intereses y empecé a conectar.
¡Los escritores toman, los periodistas, críticos de arte,
cineastas analistas políticos, comunicadores, artistas todos consumen café! El elixir
conecta talentos.
Luego fui explorando y conociendo que si el café es recalentado
es feo, no solo por el color negro fundido, sino por el sabor caduco. Supe
también que en varios lugares hay refill y si te rellenan la taza a cada rato,
entonces no es buen café.
El café que dan en los velorios tampoco es bueno, pero uno
tiene que poner cada de solemnidad y duelo pues tampoco fuiste solo a tomar
café sino a acompañar a los dolientes.
Y el café siempre incita a desear, inspira a conectar.
Cuando alguien te dice ¿nos tomamos un café?, ese alguien ya
tiene un 80 por ciento de aceptación anticipada en cualquier proyecto.
Un buen café es motivo sobrado para estar de buen humor.
Y me ha tocado decirle a alguien cuando me ofrece agua de calcetín,
por favor hay que echarle más esencia, por supuesto si ese alguien es de
confianza, sino pos a aligerar el trago y aguantar las circunstancias.
Haga frío o calor ando al cien con dos buenas tazas de café
y si alguien me acusa de que me altera el humor, simplemente le dijo, tas bien ¡ENFERMO!.
Mis hijos toman un su poquito, para que no vayan a decir
después que soy egoista, y espero nunca me vaya a hacer daño, pues entonces si,
la ausencia de este aromático grano volvería mis días grises, incoloros e
insaboros.
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