Leemos por un acto de placer inenarrable, comprensible solo en aquellos tocados por la eternidad del ángel sublime, en un acto de asirse de los trapecios en los más altos barrancos y vertiginosos horizontes, como si hiciésemos un acuerdo, un pacto, una alianza con otros extraviados, solitarios y alucinados.
Cada lector a la distancia, en el tiempo y en el espacio
está emitiendo señales, otros con intuición o sensibilidad metafísica las
captan, así nos conectamos, así somos esa unidad tintineante y dispersa de lectores.
Hay lectores de distintas categorías.
Están los académicos, aquellos que con obsesión hermeneútica
arrancan significados y correlacionan vocablos y terminología especializada en
una pretensión por ser ellos mismos, dadores de conocimiento, acumulan
conocimiento para a su vez verterla en artículos, libros o ensayos, ofreciendo
luz, donde hay sombras.
El contemplativo.
Este lector experimenta un silencioso placer apoteósico,
individual, no espera nada, no se queda con nada, solamente la dicha efímera de
goza de las imágenes leídas, pudiera decirse que, si lee sobre una cascada, la
brizna le moja los pómulos y las pestañas, si lee sobre un incendio, siente que
sus arterías van a reventar.
El errante.
Le entra a todo, va sin coherencia ni claridad sobre temas
varios, pellizca, muerde, olfatea, abreva de uno y otro, de otro y otro,
insaciable, a veces se detiene en un tema en el que parece se volverá experto,
pero lo suelta, lo abandona y se va veloz a otros páramos, sin acabarlos de
completar.
El alquimista
Este convierte en poesía, narrativa, teatro, cine, lo que lee
y ve.
Filtra lo leído, reposa lo leído, pudiera decirse que lo
olvida, y luego lo transforma. Cuando habla suelta metáforas coloridas,
originales, y es que todo lo leído le ha alimentado, le ha transformado.
Les llegan emociones desconocidas a borbotones, pareciera
que alguien se las está susurrando. Él mismo es un manantial de arte.
El obsesivo.
Subraya, desmenuza, construye puentes. Ata cabos,
interconecta autores. Supone encontrar la piedra filosofal.
El distraído.
Lee y sueña, y cuando sueña, sueña que lee, su mundo se ha
convertido en esa densidad, esa bruma artificial, en el que cualquiera es un
personaje, cualquiera podría interrumpir una escena, añadir algo a la trama.
Tiene libros que a veces suelta, como si él mismo los
escondiera para al cabo de cierto tiempo, hacer como que los descubre y
consentir de nuevo sus lecturas.
Me quedo con el contemplativo… ¿Con cual te quedas tú?.
#EsdrasCamacho
05/05/2025
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