Estoy leyendo la autobiografía de Woody Allen, “A propósito de nada”, me estoy divirtiendo mucho, he confirmado lo que todos suponen de este estrafalario comediante, escritor, dramaturgo y director de Cine.
Nos cuenta que no le gustó la escuela, que siempre soñó con ser un vago, un eterno paseante, confiesa el drama de su madre que tenía que ir a la escuela a abogar por él para que no fuera reprendido, ni enviado a la sala de “niños especiales”, también cuenta que en una evaluación psicológica había salido sobresaliente, con un índice de inteligencia superior a la media, pero no era útil, no le servía para la normalidad que requerían de su persona.
Voy en la la página 80 y, ya me ha caído bien, empatizo mucho con él, sobre todo cuando cuenta que le deslumbró “La Ilusión Viaja en Tranvía” de Tennese William, los diálogos entre los personajes, la frase “no quiero la realidad quiero la magia”. A partir de ahí como en un bucle, lo lleva a escribir chistes para comediantes y columnistas de prestigiados diarios neoyorkinos en su etapa universitaria.
Nos cuenta también que le gusta el jazz, que aprendió a tocar el clarinete y que ocasionalmente ha ofrecido conciertos, con buenos resultados en teatros pequeños.
En su narrativa siempre está explicando su personalidad insegura, la cual le llevo a leer libros de auto ayuda y visitar psicólogos, psiquiatras y terapeutas durante años, lo cual insiste, de nada ha servido. A sus 89 años sigue siendo el mismo con su peculiar sentido del humor sarcástico.
Yo he visto pocas películas suyas, pero en todas está ese que dice ser, él y su personaje.
Puedo imaginar su infancia, su juventud, su deseo de encontrar un lugar donde existir, sin tener que explicarlo, sin tener que ser útil y productivo a la vista de nadie: “¿Sabes cuál es mi filosofía? Que es importante pasarlo bien, pero también hay que sufrir un poco, porque, de lo contrario, no captas el sentido de la vida.
Le tengo tanta empatía, me digo que es el retrato del adolescente de todas las épocas, con esa energía que se desborda y que no cae bien en el acartonado estilo de los adultos sensatos, maduros, responsables, serios, donde insisten que la vida no es un juego muchachito.
Woody Allen es un desadaptado creando arte, arte para desadaptados. A mi no me parece que esté mal. Me agrada, creo que hay que darle no una sino todas las oportunidades a gente así, gente que elige un camino paralelo al establecido.
Tengo un estudiante de bachillerato que es original, creativo, divertido, espontáneo, visionario, pero no entrega tareas, no las hace en clase, nos las hace en casa. Me ha dado muestra repetidas veces de ser un tipo listo, una persona con capacidad para enrolarse en el mundo estudiantil, pero que desperdicia el tiempo por estar en el ocio. Ignoro cual vaya a ser el resultado a corto o a largo plazo, pero me enternece, porque veo allí un potencial artista que quizá como les pasa a varios, terminará de mala gana aceptando el destino que puede conseguirse en una sociedad en la que el arte es innecesario.
Caballeros y Damas, más arte por favor.
Dicen que todos llevamos un niño en nuestro interior; ¿Qué le dirías tu a tu niño interior si pudieras?
Yo no llevo un niño interior, lo llevo al exterior, convertido en adolescente … y ¿Qué le digo?: ¡Tranquilo también esto ha de pasar! De alguna forma, todo esto que ves encontrará acomodo.
#EsdrasCamacho
04/12/2024
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