Escribí en fechas pasadas en mi blog
¿De que no quiero hablar?
No
quiero hablar de las preocupaciones.
De
las vidas que no tuve, ni tendré.
No
de responsabilidades, arrepentimientos, mortificaciones.
No
hablaré de la rutina, de la arrogancia ajena, de mis heridas internas.
No
del pasado nostálgico, no guardo las ideas porque no las tengo.
No
de ellas, las punzadas vividas.
No
de reyes, ni reinas, fantoches, pueriles.
¿De
qué más no quiero hablar?
De
lo decepcionante que he sido para varios
De
mi formalidad en los años presentes.
No
de la escuela, ni de ninguna otra cosa semejante.
Ni
de mis influencias, malas compañías, no de mis secretos –Porque no tengo–
Ni
estadistas, astros, comentaristas.
Ni
de reencarnación o trascendencias.
Ni
límites, ni fronteras.
Un
tranvía espera por nosotros.
Mientras
nos distraemos.
Las
llamas del arte están encendidas
Yo
no quiero hablar más que de eso
De
lo eternos que nos creemos y que no somos.
Descartamos
por trivial, aburrido y desesperante.
El
frío que nos habita y la ternura del polvo.
De eso quiero hablar.
La idea me vino de una frase del poema de Jaime Sabines “Te
quiero a las diez de la mañana”, publicado por primera vez en 1977 por la
editorial Joaquín Mortiz […] “Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando
me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo
diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con
la mitad del odio que guardo para mí”.
Este es el leitmotiv del artista. Mientras que hay
verdaderos temas que impactan, afectan y trastornan nuestra existencia la gente
está feliz en las veleidades, en las estupideces, en la intrascendencia que nos
destruye, que nos hacen perder el foco para aquilatar la vida, sus lecciones,
su belleza.
Esta es su “Soledad epistémica” el no encontrar quienes
realmente entiendan sus motivaciones y pasiones.
En una conversación de sobremesa, escuché decir: “El artista
está es un genio, y el genio está tan cercano a la locura, a la idiotez”. Tiene
lógica, el artista busca construir su propio universo, encontrar alivio frente
a la violencia y a la aplastante rutina común de la mayoría.
Con la aparición de redes sociales, algunos te dan agregar
no para aprender de ti, no para interactuar, no para saludar o entablar una
comunicación, lo hacen porque el símbolo amigo de “Alguien” les da una etiqueta
de sociable, saludable, amigo, feliz y normal, esa “etiqueta” es el reconocimiento
que buscan, y obtienen según la virtualidad.
Me identifiqué con eso.
Conviene que seamos más escépticos ante las veleidades de lo
virtual, más conscientes y un poquito rebeldes con los tristes juegos de la
industria de la felicidad, la insoportable máquina de hacer amigos.