domingo, agosto 16, 2009

Playa Azul

Y llegamos a Chocouital, en Pijijiapan Chiapas.

El día 13 de agosto, fui a visitar un amigo en Pijijiapan, Juan Carlos. “Trabaja en el Cobach plantel Sesecapa” que está a unos 40 kilómetros de Chocohuital. Ambos desconocíamos la existencia de tal maravilla natural. SE me ocurrió explorar el lugar, la zona urbana aunque es atractiva, no ofrece más que paisajes arquitectónicos repetidos, zonas comerciales, residencias, talleres, terminales de autobuses, etcétera.

Escuché decir a don McGRegor Albores, hombre de 61 años, hombre activo, dinámico, amable, que es muy sencillo llegar a la playa, sólo había que tomar un microbús y que cada hora hay salidas; así que encaminamos hasta llegar a la terminal. Antes de abordar, fuimos a conocer el mercado, ahí saludamos a la propietaria del comedor “Estelita”, afuera la lluvia comenzó a caer.

Corrimos de regreso a la terminal y casi empapados ocupamos nuestros respectivos lugares. En el trayecto pregunté con una pasajera qué tan lejos nos dejaba el carro de la playa, y ella riendo me dijo: “enfrente, enfrente ahí nomás está ya llegando”.
La lluvia que azotaba amainaba y crecía consecutivamente, que me hizo pensar que era un mal día para ir de aventura. Pero me consolaba diciendo que no había una expectativa del viaje, malo hubiese sido que tuviéramos la ilusión de algo, pero como no conocíamos, lo que viniera era ganancia.

El trayecto duró aproximadamente una hora, aunque los que conocen, insisten en decir que es: “a lo mucho treinta minutos.

La carretera se torna a veces de terracería, y el camino generalmente es escabroso, entre hoyancos y encharcamientos. Las casas están bastante separadas, hay algunas construcciones que rememoran las fincas o haciendas, hay establos y chiqueros, se observan algunos recipientes de aluminio, de los que se acostumbran usar en las lecherías, lo que me hace entender que es un modo de vida ahí en Chocohuital.

Y dejó de llover, como si alguien que implorara se detuviera la lluvia, hubiese sido escuchado, el clima era sensacional. Allí, lejos de Pijiapan, parecía que no había llovido en todo el día.

AL terminar el recorrido, inmediatamente se ve un estero, parecido al embarcadero Cahuaré en Chiapa de Corzo, con la diferencia de que el agua está más tranquila y más oscura, como si nadie se atreviera a bañar, ese día habían pocas personas, pues no era temporada alta de vacaciones.

Un señor nos informó que nos cobraba siete pesos si nos transportaba a la isla de enfrente. Al cruzar, Juan Carlos y yo, estábamos absortos, pero lo mejor fue que al avanzar unos metros más hacia el oriente, descubrimos el mar abierto. Sí el mar vivo, la playa casi solitaria, da la apariencia de que es un lugar turístico inexplorado, virgen.

Como no sabíamos que era precisamente el lugar y como no prevenimos lo que podría haber, ninguno llevaba traje de baño. Le propuse que camináramos para alejarnos un tanto de las palapas restaurantes, mi intención era encontrar un lugar alternativo en venta de comida, no lo que todos prefieren, sino lo especial, lo menos popular.
“El palomita”, es el señor que nos dijo que disfrutáramos del lugar, que no tuviésemos pena, que si queríamos, podíamos quedarnos, que él tenía habitaciones con hamaca y cama en ese lugar, que el servicio que ofrecía era de calidad y que se encontraba a nuestras ordenes.

Ordenamos una charola de mojarras y una de camarones jumbo, Juan Carlos pensó que no terminaríamos la comida, así que me reprendió cuando pedí dos charolas, yo le dije, comamos y bebamos, porque quizá mañana moriremos.

No me cansaba de mirar, dije que cada ola es diferente, que con el paso del tiempo cambia las tonalidades y las intensidades las olas, que era todo una maravilla, me lamenté no haber llevado bañador, sin embargo, me descalcé y me arremangué el pantalón, Juan Carlos habló de que había visto otras playas, pero esa específicamente era especial, todavía no nos vamos, y ya quiero regresar, dijo.

Supe por boca de la señora que nos hizo la comida que por cierto estuvo deliciosa. que Chocuhital era el poblado al lado del río que cruzamos, que donde era la playa, se llama Playa azul.

Luego de comer, reposamos un tanto y se nos ocurrió bañarnos, aunque sea con shores ajenos, pero el tiempo nos hizo entender que quizá no podríamos pues conforme avanzaba, menos posibilidades teníamos de alcanzar el camión de regreso a Pijijiapan.

Regresamos, en silencio. Juan bajó en Mapastepec y yo continué hasta Huixtla para llegar a mi pueblo, resultó toda una experiencia. ME gustó el viaje, el lugar, la compañía. Fue una pincelada de color a mis vacaciones, que siempre me la paso viendo tele, encerrado en mi casa.
¿Cuántas cosas me he perdido?
-Y las que me estoy perdiendo en este momento.
Mala onda verdad?