Aquí no se puede fumar.
Llegaste hace 50 minutos; me propuse estar una hora en la
alberca, pronto te metiste, igual que todos sin darte el regaderazo sugerido,
que muy pocos lo hacen, eso de la higiene a ninguno convence.
Omar se sentó a la orilla, a ratos se paraba y caminaba
quizá también quería platicar como tú lo hacías. Imaginé que esperabas que te
abordáramos para hacer conversación, acostumbrado a no seguir
convencionalismos, no quise molestar.
Mostrabas toda tu energía al dar dos vueltas sin respirar,
dentro, fuera, por y en medio, tus piruetas dejaban ver tu fortaleza, tu
juventud. Volví a concentrarme en mi
propio juego, ir de muertito y venir con brazadas aprendidas a muy temprana
edad.
Algo murmurabas con tu amiga y volvías la mirada cuando yo
fijaba la mirada en ustedes, calculé sus
edades, 25, nomás. Sus movimientos fueron volviéndose rudos desafiaban la
gravedad y dejaban ver lo imponente de su figura, mujeres jóvenes robustas,
defeñas.
Sentí el clásico golpe de temor punzándome en el centro del
torax, o era el frío de la noche, el instinto del placer, o la amenaza de un
peligro, o el sopor de Juchitán a las
ocho de la noche el último día de mi viaje de trabajo.
Omar debió volver a la habitación, no se bañó, ni quise platicar con él.
Mis plantas ancladas cuando el placer de tu cercanía
preguntó boca a boca.
-
¿Me das fuego?
-
Aquí no se puede fumar, contesté.
Insististe con energía: "quiero fuego pero en la cama"
Ahora que por el pasillo a media luz caminamos de la mano,
mientras chanclean las gotas de nuestros cuerpos, pienso en abrir la boca para
decirte.
“Por favor no me pidas sexo duro, no ves que ya tengo
treinta y ocho años”
No hay comentarios:
Publicar un comentario