martes, junio 02, 2015

La casa de Juan Pastor


Tengo algunos recuerdos lejanos, lejanos por la distancia en el tiempo. Quizá han pasado 30 años o más, mi padre acostumbraba a salir de paseo con mi hermana y conmigo a lugares un tanto retirados, recuerdo nos llevaba en una bicicleta de turismo, íbamos confiados en que a su lado nada nos podría dañar. Confiábamos, yo confiaba, creo que también mi hermana. 

Dos lugares eran los más frecuentados, el primero la casa de los dulces de cacahuate en el barrio Mojón y el segundo la casa de Juan Pastor en el barrio Chelajú Grande. 

Gracias a que salíamos quizá una o dos veces a la semana, tuvimos conocimiento de la dimensión de la ciudad, nuestra ciudad era pequeña para andar en carro pero grande para andar a pie, o en bicicleta. 

Creo que por esa temporada aumentamos algunos kilos debido a nuestro crecimiento, pues de pronto mi papá dejó de hacer esos recorridos, y cuando insistiamos suplicantes contestaba; "Ya no, ya pesan mucho". Yo no lo creía... o quizá si, los niños son  ingenuos. 

La casa de los dulces de cacahuate era habitada por gente amigable que siempre nos recibía como visita privilegiada, mi papá conversaba de cosas de adultos, Sandra y yo creo engolosinados por el dulce dejábamos pasar la tarde deseando prolongar el paseo. 

La casa de Juan Pastor pintada de verde, era de tres puertas, significaba el fin o el principio de la ciudad según se viese, ubicada al poniente era el inicio de una carretera de terracería con rumbo a Carrizal, mi padre entraba y platicaba un tanto con el mentado  Juan Pastor, que siempre imaginé que era como San Juan Bautista, y que cuando yo escuchaba mentarlo me preguntaba si era pastor de ovejas y si era pastor porque siempre estaba en casa, o nomás era referencia decir así Juan Pastor, o si era su apellido, pero si era su apellido, que apellido tan folclorico... y hoy reflexiono que si era su apellido, y no era pastor ni de iglesia, ni de oveja, y no tenía nada de  semejanza con ningún profeta barbado. 

Nos gustaba el paseo y era valorado porque mi padre no vivía en casa, llegaba por la tarde a darnos el gusto de convivir con él, creo que es por esa época en que los hijos ven como héroe al padre sea quien sea, haga lo que haga, esté donde esté. 

Estoy hablando de los primeros años de los ochenta, nuestra vida no giraba en torno a ninguna preocupación u obligación, nos bastaba lo que había porque no conocíamos nada más. 

Cuando crecimos y desaparecieron esos paseos, siempre tuve el deseo de emular el recorrido hacia esos lugares aunque eran peligrosos, por la escasez de casas hasta allá, zona propicia de borrachos o mal vivientes. Aún imaginaba que podría salir gente de esa que robaba niños y los vendía para volverlos jabón. 

Ambas casas desaparecieron con el paso del tiempo, la corriente de los ríos dañaron su estructura de adobe, solo quedan restos en donde habían paredes de varilla y tabique, pero no han dejado de estar en mi recuerdo. 

 Hoy, en que los años han pasado, de pronto vuelvo a esos lugares, hoy motivado por recuperar una condición física perdida, ahora con la mentalidad de estar sano, combatir el sobrepeso y apreciar el paisaje al caminar por el simple gusto de hacerlo, recuerdo a mi padre y pienso, si hubiese siempre tenido su bicicleta  su figura se hubiera mantenido esbelta, hubiese sido fantástico que ahora en que también soy padre saliéramos a dar esos paseos juntos. 

Pienso todo eso ahora en que ni bicicleta tengo y si el peso del compromiso de salir de paseo con mi hijo, emular y si es posible ser para mi hijo el héroe que mi padre fue para mi. 

Por lo pronto les comparto la foto de donde estaba la casa de Juan Pastor ...