Esdras Camacho.
Llegó el momento, llegó como debe llegar… como una epifanía.
Me volví padre a los treinta y tres años. Este proceso
ocurrió sin sobresaltos; de alguna forma a esas alturas de la vida una
persona está apta, o debería estarlo.
No sé si algunos se mentalicen para ser el mejor padre, si
preveen contar con un manual de padre primerizo, es más la media de la sociedad
llega a esa condición, sin ser consciente de la responsabilidad que significa.
No conocí ninguna experiencia, no la hice de padre con mis
hermanos, no practiqué tampoco de tío; así que estuve novato, pero muchos de
mis compañeros de escuela o conocidos, ya lo eran, incluso me han dicho:
“Profé, mi papá dice que lo conoce, que fue su compañero de escuela”.
Cuando Gibrán nació a las ocho de la noche del sábado 02 de
julio del 2011, yo había ido a clases de diplomado en el Instituto Tecnológico
de Tapachula, mis compañeras sobre todo cuando supieron que era el día en que
él nacería, me dijeron, ¿Y… qué haces aquí?. Era temprano, tenía tiempo de
estar justo a tiempo donde debía estar.
Tuve a Gibrán en mis brazos, a los pocos minutos de nacer, lo
arrullé, sentí su energía, su aliento. Por espacio de una hora lo ví, contemplé
sus rasgos, lo cargué por primera vez. Mi pequeño y yo frente a frente.
Mi papá, cuando vio a su nieto en compañía de mi hermana
dijo: “nacemos tan indefensos, tan desválidos, toda ternura, y no es posible
que cuando maduramos somos toda soberbia
y toda grandeza irreal”.
Dos años después de Gibrán, llegó Catherine. Una pequeña que
llena otro de los lugarcitos de mi corazón. ella es una mujercita que tiene
una personalidad (a sus tres meses) relajada, sonríe a veces cuando la
sorprendo mirando que me mira. Cuando está tranquila solo chupa su mano y se
olvida de su entorno.
El ritmo de la vida cambia, necesito más energía y dar un
buen ejemplo. Trabajo lo necesario, quiero cumplir en todos los aspectos, que
no les haga falta algo para subsistir y tengan un espíritu noble, valiente, con
responsabilidad y sentido de superación constante.
Amo a mis hijos, ellos son el espejo de mis padres, son tan
parecidos. Descubro particularmente algunos rasgos y características físicas de
mis papás, cuando cuido los veo y los cuido, imagino que estoy cuidando a mi
padre, o a mi madre de niños, pienso me toca ahora cuidar a mis pequeños
padres, como cuando ellos lo hicieron conmigo.
Es absorbente la tarea de ser padre, Gibrán me abraza, me
llama que vaya a donde él se interesa o bien, pide algo más, le gusta subirse a
la moto y sentir que el viento le despeina, o bien encender el autoestéreo
cuando es mi copiloto. Hace falta ver crecerlos, falta (y me empeño en que así
sea), cumplan con cada ciclo de la vida, con salud y con consciencia.
La paternidad es una oportunidad de trascender, de dejar un
recuerdo de una versión mía, la que realmente importa, la de ser el refugio y
el referente de valores sociales óptimos y necesarios para una buena
convivencia social.
Quizá cometa algunos errores comunes, - no hay padre
perfecto- pero haré la mejor de mis partes, por lo pronto estoy atento a mis
retoños.
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