lunes, mayo 06, 2013

Un hilito de sangre


Un hilito de Sangre

Eusebio Ruvalcaba


1) El peor enemigo de un borracho es el teléfono, en cualquiera de sus modalidades: celular, inalámbrico, de fax o de esos viejitos de pared que ahora lucen su antigüedad en algún museo.


2) Lo peor es que las llamadas se suceden escalofriantes para quien contesta, gozosas para el que llama. No es difícil imaginarse a aquel ebrio: entra a su casa, no es muy tarde pero todo el mundo está dormido, él viene jarra, ha estado bebiendo desde la comida, se le antoja la caminera, ya en la “tranquilidad” doméstica, así que se sirve un tequila. Derrama parte del trago y por un pelito se le cae cuando se lo lleva a la boca, pero simplemente contempla las gotas y despliega una sonrisa de oreja a oreja, se sabe maestro en el arte de beber y por nada del mundo desperdiciaría una dosis de alcohol. Así sea la mínima. Trastabilla, mientras aquel trago se desliza por su garganta hasta buscar acomodo en su corazón enamorado. Frágil y enamorado. Claro, es un buen momento para echar una llamada a aquella mujer.

3) Empieza con la Güera. Saca la agenda y busca su número. Hace siglos que no la ve, pero alguna vez hicieron ciertas travesuras en un hotel de paso y también en el auto mientras él iba manejando. Se juraron amor eterno. Por fin localiza su fon, vaya, ni siquiera es de México, es de Chiapas, de San Cristóbal. Se tardan en contestar y eso que no es muy noche pero la gente allá no es muy desvelada. Finalmente alguien descuelga. El ebrio reconoce la voz, aquella que le hacía perder el habla. Principia muy decente, le pregunta por su salud, por su familia - ¿cuántos hijos tienes ya, dos , tres? -, ella lo escucha imbuida de paciencia y gentilmente le pregunta por su trabajo, por su carrera; de pronto él no puede más, una explosión interna sale de su boca en forma de palabras incontenibles – siempre te adoré, tú lo sabes, nunca te podré dejar de querer-, que provocan que ella le diga estás borracho y cuelgue.

4) Busca entonces el teléfono de Patricia. Fueron compañeros en el trabajo, bueno, compañeros a los ojos de todos, pero él la esperaba en un bar del Sanborns más cercano y de ahí se iban al hotel. Todo iba muy bien hasta que entró un nuevo jefe. Se gustaron, ella le gustó a él y él a ella y eso fue suficiente. La siguiente vez que se vieron ella lo mandó al diablo. Le decía palabras cariñosas – tú eres el único hombre que me ha marcado, jamás lo olvides- mientras se desvestía para él por última vez. Él ardía en deseos de estrangularla, ¿cómo podía ser tan cruel?, pero sólo la miraba, quería que aquel cuerpo, que estaba a punto se ser suyo, se le quedara grabado como hierro candente. Quería gozar cada poro, cada centímetro de aquella piel, y, de ser posible, atravesarla hasta dejarla partida en dos. Marcó pues el número y esperó pacientemente. El teléfono timbró una, dos, cinco veces. Hasta que contestaron. Era el hombre. Reconoció de inmediato la voz de su antiguo Jefe. ¿Quién?, escuchó del otro lado de la línea. Se quedó callado. Pero sentía en carne propia aquella respiración, casi le llegaba el rufo del aliento. ¿olería su boca como la de él mismo, a esa combinación de alcantarilla alcohólica? Hola, respondió, ¿te acuerdas de mi?. Nomás quería saber si seguías siendo el hijo de puta que siempre has sido. Y cuelga. ¿Y si tiene identificador se llamadas?. Al carajo, demasiado tarde.

5) Se sirve otro trago.

6) ¿Quién? ¿Y ahora quién?. Irene. Ella. Esa dulzura de mujer. Esa tolerancia infinita en dos piernas súper apetecibles. Con toda seguridad está con su hijo. En este momento no hay de otra. Ella servía como mamá. Su principal misión en la vida era ser mamá. Anduvieron juntos – se conocieron del modo más curioso: él la miró por el espejo retrovisor y se le antojó aquel culito-, se gustaron (para variar), se juraron amor eterno... y a él le gusto otra mujer. Nada nuevo. Entonces se fueron a Tepoztlan. Pasaron la noche en un hotel bonito, nada caro, tan acogedor que en la imaginación de él era el mejor escenario para una ruptura definitiva. A la mañana siguiente, todavía en la cama, con la cabeza de ella recargada en el pecho de él, le dio la noticia. Ella le hizo el drama. Lloró. Se humilló. Y dijo aquellas palabras – si te vas, voy a atener un hijo del primero que se cruce en mi camino- que al cabo de nueve meses se tornaron realidad. Siete años habían pasado desde entonces y en el inter, se habían visto uno docena de veces. Como si nada. La esperaba a la salida del trabajo, le invitaba unos tragos y se iban a la cama. Madre soltera, telefoneaba a cas dpara engcargar a su hija. Entonces, ya en el hotel, él siempre se quejaba de su destino. Nada le salía bien, y, sin que aparentemente algo hubiese cambiado, ella lo acariciaba con palabras de aliento. Así que marcó el número y esperó. Contestó la madre – mi hija ya no vive aquí, se encontró un hombre decente y se fue con él. No se moleste en volverla a llamar.

7) ¿Y Diana? El amor de su vida. Aun en la inconsciencia del alcohol la recuerda. De pura casualidad tiene su teléfono. Lo busca desesperadamente hasta localizarlo y está a punto de marcar cuando oye la puerta de la recámara. Es su mujer. ¿Con quién hablas a esta hora?. Mira cómo estás de borracho y te pones a hablar por teléfono. Ya mejor vete a dormir.

8) Tal vez tenga razón. Más bien agradece que no lo descubrió. Ya en la otra borrachera le marcará a Diana, si es que se acuerda de ella.

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