Son Los primeros minutos de un día cualquiera en la vida de
Romualdo Tebas, lentamente se incorpora
y en el espejo del baño pronuncia,
que pesado estoy, es increíble que pueda seguir así.
El descanso de su sueño fue una quimera, la constante es su
soledad íntima, su infierno personal.
Camina y ya tiene que aparentar que a nadie mira, baja la
mirada para no golpear con su mirada a sordos que advierten su presencia,
pero les es indiferente. Hace un
movimiento y regresa a su claustro.
Va a la compu, como el ratón que busca su queso, quiere ver
un mensaje, algo que le de un incremente en su ritmo cardíaco, un mensaje que
le dará oxigeno, un motivo.
Siente el peso de la realidad por sobre su cabeza, empequeñeciéndolo
más.
Romualdo Tebas tiene
una dualidad en su esencia, lo que fortalece es lo que lo aniquila.
Cuando las personas muy cercanas interpretan eso, coinciden en una su buena
friega quiere, una su joda, una chinga, una cueriza, pero Romualdo Tebas, es cuerudo y nada hasta el momento le ha
hecho vivir de otra forma.
Hace algún tiempo (muchos años realmente), partió de donde
lo amaban, porque no quería ese papel, él solo no aceptaba el que le
correspondía y hubo de atravesar círculos, para que al finalmente y sin
reflexionar, el aro de la costumbre y la ordinarieidad le cayó (como dicen) del
cielo, apretándole el sincho de su obligación.
Enfermo de amor y decidido a sufrir por el recuerdo (y, gozarlo
al mismo tiempo) vivió absorto en un instante, su propia fortaleza: extrañar a
Etelvina Sagas, amarla no como meta, sino como objetivo, un objetivo que no
construye, un sentimiento que lo anclaba, manteniéndolo en Tierra.
La vida sigue, el mundo requiere de esfuerzo, tenacidad y
astucia, no de flojos románticos, cobardes imprecisos. Etelvina Sagas, no supo de Romualdo Tebas. Ignoró
su porvenir.
Por su parte Romualdo, como si fuese veleta en arroyo, se
dejó conducir por los destinos del mundo, no levantó un dedo para torcer su
destino. Su penitencia por inmaduro lo pagaría con tiempo, mucho tiempo, al
cabo que el tiempo vuela.
Las personas que pasaron y las que se quedaron, son insípidas,
noche a noche, el autoerotismo llevaba el nombre de una sola persona: Etelvina.
Etelvina y Romualdo se encuentran de nuevo… algo renace.
Etelvina le dice que, si no es con él, lo será con alguien
más. Romualdo está comprometido, pero no quiere dejar pasar la oportunidad de
dejar de ser un zombie, la vida le
interesa.
Diez años andando entre la indiferencia, doblegándose algunas veces y resistiéndose otras, ante el
caudal de críticas, ante la masa que señala y rechaza. No son poca cosa, más
aún, si nunca se alzó la voz.
Su amor convoca el llamado de vivir.
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