sábado, octubre 04, 2008

¿Existe otro yo?.

¿Tenemos un ser interno que es otro, que no es igual al yo visible?. Tal pregunta es simple, es dar giros sobre un mismo pie en un lugar en el que estás atado.

Las personas de cualquier edad en algún momento se han cuestionado sobre la magnitud de la respuesta, y hay quienes se interrogan toda la vida. Poco ayudan las teorías sicoanalíticas, los vericuetos que tenemos como mortales, ciegos de conocimiento, a pesar de tanto progreso científico, no hay una cerradura que permita arrancar los secretos del cerebro.

La astucia de los individuos masificados, no se compara con la argucia que posee el que se independiza, el hombre libre, tal y como lo recomendaba el Cristo, La verdad os hará libres¿Cuál verdad, cuál libertad?. ¿A qué precio se consigue la verdad?. ¿Qué es la verdad, como reconocerla?. ¿Existe la libertad?

¿Cómo construir una personalidad propia, si la cultura que se inculca en los primeros días es ya mediatizada? ¿Cómo esperar lo novedoso, lo original, en actos que ni siquiera son auténticos?. Lo típico y lo ordinario es valorado por su exactitud en el rito, en lo establecido. El fenómeno dejó de serlo cuando se produjo en serie.

El milagro de la vida, es pues tan simple. ¿Qué es lo que esperan ver en el alumbramiento, un muñeco de peluche, una sardina?. La lógica probaría no haber motivo de asombro, pues el vencedor es la reproducción esperada continuamente. El pesimismo y la melancolía que se adquiere a cierta edad, no es otra cosa que la comprensión de la simpleza, la decepción de aquello que se considera inmanente como los instintos, situaciones sentimentales y emotivas, se visualizan con la materialidad. No es correcto culpar a lo distinto, pero lo anormal es prejuicioso, el complejo del grupo de cisnes que maltratan al patito feo, que andando en compañía les enseña lo distinto procurándose otro tipo de bienes. Llegar a este punto, fue un reconocimiento del ambiente transmitido a la memoria colectiva de la humanidad.

Con tanto baratija intelectual que algunas veces nos colgamos a la nuca, es difícil comenzar a hilar una historia autónoma y coherente; no digo única porque es pretender mucho, pero quien sabe a donde se escapa el estilo cuando las palabras ya son lugar común, las ideas no aterrizan y todo está dicho, según los publicistas.

El verdadero poder que le vale al individuo, parece pesarle: la creatividad, la chispa, la venia bendita, la IMAGINACIÓN, queda en el último lugar en la escala de valores morales. El sistema productivo que se acostumbra, es la de hallar deleite en el invertir capacidad física en el acumulamiento de bienes muebles e inmuebles, todos artificiales para hacer fácil el entretenimiento y la diversión.

La humanidad solidaria en su tránsito laboral mecanicista, cual ratas acondicionadas a su laboratorio. Dedicar muchos momentos a la autorreflexión y autoaprendizaje, conlleva el riesgo de adquirir un conocimiento que sobrepasa la media, el acto reflexivo sobre el funcionamiento de las leyes sociales, es desgastante e innecesario, tal tarea no es requisito en un mundo frívolo, atolondrado, en el que aparentemente reina la fatua sensibilidad y la mojigatería. La paciencia y tolerancia son atributos que se pregonan como líneas trascendentales de un código de ética y principios fundamentales de la moralidad, sin prever que en el pecado se lleva la penitencia, pues tales virtudes son intangibles y por lo tanto irreconocibles.

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