sábado, marzo 26, 2005

Despotismo palabrero

Despotismo palabrero
Mauricio Sáenz
Las palabras son el mejor instrumento de nuestro lenguaje, pueden animar, así como lacerar. Hay que cuidar las palabras, porque no hay camino hacia la libertad, que no pase por ellas, no hay otra vía para desatar la imaginación.

En nuestro tiempo se lee poco y se escribe mucho, escribe el escritor, el periodista, el publicista, el romántico muchacho y el merolico. Larga historia real da cuenta de los pasquines y libelos que en aras de la gloria o de la autocomplacencia, se escribe día a día o noche a noche o de tarde o de madrugada, según su referencia. Hay producción literaria o científica que enriquece nuestro espíritu, ese es el fin de la literatura, embellecer nuestra alma, de esa aunque mucha, no es plenamente difundida y asombra que se estigmatice de gris, densa e inservible.

Parece increíble que haya quienes sin un mínimo de disciplina y talento –lo primero no es necesario – apuestan por llamar la atención, autodefiniéndose como los héroes de la literatura de estilo transgresor, innovador o vanguardista. Pobres de los pobres, atrevidos libelistas y no por su atrevimiento, que al fin la osadía es un valor estimable, sino por su reducida visión y capacidad intelectual. Justifican su iniciativa, como lucidez literaria, demuestran su egolatría y el afán contradictorio de ser villanos de lo clásico, detractores del silencio y comodines del lenguaje abstracto.

Conviene recordar que lo racional no se opone al sentimiento, para ser libres hay que aprender a pensar, a hablar y a escribir, hay que decir si al entusiasmo espiritual y no a la retórica estereotipada y embrutecedora. Un texto breve, aunque marginal, puede influir en la política o filosofía del ciudadano en el presente o en el futuro, es por ello que no hay que desdeñar la responsabilidad del escribiente, sino alentar a que piense en hacer escritos funcionales y siempre útiles. Nada en el lenguaje se hace impunemente.

 El encanto de las letras, es que una vez hechas adquieren vida, mueven conciencias, motivan y dan vida. La vida que deja de vivirse para comenzar a leerse. Podemos distinguir dos clases de escritores, los oficialistas y los que se resisten: Los oficialistas, están enamorados de sus palabras, pertenecen a la cultura light, son los que hacen turismo en el mundo de las letras, escritorcillos que consienten la realidad y la limitan del dolor, la incertidumbre y la alegría. Este escritor facilón es acrítico, frívolo, partidista, no arriesga y solo aspira al glamour del éxito, son ellos los palabreros kistch y los mediativos.

Por el otro lado están los escribanos con ética que permanecen en un continuo aprendizaje, tienen un compromiso consigo mismo y son concientes del diálogo con el alma de sus prójimos. Aunque existan clubes o talleres literarios que aconsejen practicar tales o cuales recetas, “tener mente serena y corazón ardiente” es de las pocas con trascendencia. Pues un ejercicio literario moderado de lectura y escritura, dará a buen tiempo, sano resultado. El escribidor que lee poco y escribe mucho, puede a lo mucho ser un encomiable aficionado.Toda la vulgaridad escrita hace posible un nuevo estilo, quizás propositito sin propuesta, totalmente desenfadado, pero hasta para ser vulgar se requiere un fino sentimiento.

Libelistas de todo el mundo, mercenarios de la lingüística y amantes del quehacer literario, basta de lugares comunes, basta de la vanagloria fácil y de la autocomplacencia, no es un delito ser escribidor, pero si debería cuando se destruye la belleza del lenguaje o se proyectan ideas flácidas inoperantes o escatológicas.

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